martes, 19 de marzo de 2013

DE LO RITUAL Y LO MÁGICO: LA MÁSCARA

Hablar de las máscaras es hablar de una parte íntima de la humanidad. Sabemos el uso que se le ha dado en las sociedades antiguas y modernas, y el significado de la que va precedida en occidente. Sin embargo, hay muchas preguntas que aún se tiene de las máscaras, y entre ellas surge, imponente, la más elemental de todas: ¿Qué es una máscara?


Según el DRAE (2009), el vocablo máscara tiene la siguiente primera acepción: 
«Máscara. (Del it. maschera, y éste del ár. masẖarah, objeto de risa). f. Figura que representa un rostro humano, de animal o puramente imaginario, con la que una persona puede cubrirse la cara para no ser reconocida, tomar el aspecto de otra o practicar ciertas actividades escénicas o rituales. » 
Así, pues, el término máscara viene a representar lo falso, una impostura, a la vez que comunica una identidad diferente a la propia (“El Otro”). Es, por su misma naturaleza material y externa, un medio de engaño y de distorsión de la realidad. 


Sin embargo, Gisela Cánepa Koch tiene una percepción diferente de las máscaras: 
«(…) en sociedades donde la representación y lo representado son concebidos como interdependientes, la identidad de una persona está constituida tanto por su aspecto espiritual como corpóreo. Allí, la objetivización y materialización de la identidad de una persona es condición para su propia existencia. En estos contextos la máscara no es representación meramente teatral, sino ritual. Esto último implica justamente que la máscara posee un poder mediador y transformador entre la representación y lo representado, entre el significado y el significante.» 


Se entiende, entonces, que las máscaras presentan diferentes funciones según el ámbito en el cual se le emplee: ya sea para ocultar algo de la realidad o para ponerlo de manifiesto en un contexto especial, representándolo y transformándolo. José Sánchez Parga hace especial hincapié en el carácter transformador de la máscara, citando a Levi-Strauss: 
«Una máscara no es ante todo lo que representa sino lo que transforma, es decir elige ‘no’ representar. Igual que un mito, una máscara niega tanto como afirma; no está hecha solamente de lo que dice o cree decir, sino de lo que excluye.» 


Para los griegos de la antigüedad clásica, el nombre dado a las máscaras colocadas sobre el rostro de los actores era “prósopon”, (pros: delante de, - opos: faz), que tiene el mismo significado de la palabra “antifaz”. 
Con el tiempo, la palabra Prósopon pasó a designar al propio portador de la máscara. En la época romana, la máscara se designó como personae (de per sonare: “Para que re-suene”, “sonar a través de”). 


La Máscara jugó un rol fundamental en el desarrollo del teatro desde Grecia y sus primeras representaciones teatrales, las italianas de la Commedia Dell’Arte, a Japón con las máscara de Teatro Noh y Kabuki, y luego evolucionando en una máscara teatral más contemporánea desarrollada en escuelas como la de Sartori y Jacques Lecoq, entre otras. Además existen máscaras usadas en danzas indonesias, africanas y tibetanas, las máscaras de los sacrificios aztecas, las Bella Sound y Notka Sound de los indios norteamericanos de la costa Oeste o las máscaras esqueleto del día de todos los muertos mexicanos, por citar sólo unos pocos ejemplos de la inmensa variedad que compone este tesoro cultural.


Hay innumerables variedades en sus diseños, sencillos o complicados, simples o móviles. Los mascareros seleccionan los materiales naturales disponibles en su medio entre los que destaca la madera pero también se emplean fibras naturales vegetales, hueso, obsidiana, metales y piedras diversas, pieles, plumas, conchas y más modernamente papel maché, tela, plástico o cartón.



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