Desde que la historia llegó a mis manos, hace ya mucho
tiempo, siempre me ha fascinado cómo es que el escritor Charles Lutwidge
Dodgson, conocido con el seudónimo de Lewis Carroll, pudo ingresar a ese mundo
maravilloso que es la mente de los niños, a la que muy pocos adultos son
capaces de acceder.
La historia, llena de sucesos ilógicos, tiene sin
embargo una congruencia asombrosa. Todo está lleno de símbolos y juegos de
palabras de las que se vale el autor para representar de manera divertida y satírica
la realidad de los adultos de la época.
El conejo blanco con chaleco y guantes de
cabritilla, siempre apurado, mirando su reloj de bolsillo; la oruga azul que
siempre está fumando subido a una seta; el gato del condado de Chester con su
eterna sonrisa socarrona y haciendo siempre lo que le plazca; el sombrerero
loco y la liebre de marzo siempre pensando en la hora del té junto al hurón,
siempre soñando; la reina de corazones siempre enojada y mandando a todo el
mundo que queden sin cabeza; entre otros, no son otra cosa que la exageración
de las características de los hombres de su tiempo.
Las situaciones más disparatadas son en realidad una parodia de hechos comunes de la época, como jugar al croquet, realizar una reunión, presenciar un juicio, tomar el té, etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario